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Pesos pesados

  • sandrabordag
  • 3 ago 2023
  • 3 Min. de lectura

Advertencia


Antes de continuar con la exploración que he iniciado en este Blog quisiera hacer una advertencia con tono de redundancia: los cuerpos de las mujeres no son todos iguales. Lo digo porque el objetivo de este ejercicio que he emprendido, no es ni mucho menos anticiparle a muchas mujeres una historia que de predecible tiene más bien poco. Cada una de nosotras experimenta la llegada de la MenopausiA de formas muy diversas: unas apenas la notan, otras sufren unas transformaciones pero no otras, y algunas como yo, pasamos por el periplo completo. Por eso me decidí a escribir sobre este tema: porque siento que soy un buen caso de estudio; experimenté un agregado bastante completo de todas las formas de lucha que trae consigo la MenopausiA. Entonces, las probabilidades estadísticas de que vivan al menos una de las experiencias que narro aquí son altas y mi objetivo no es otro que contarles que no están solas, que en este viaje somos toda una tropa.


Pero además, no existe una última, aceptable y legítima forma de vivir la "meno". No hay cambios, dolores e incomodidades peores o más importantes y dignos de tener en cuenta que otros. No hay experiencias que nos hagan más o menos acreedoras al derecho a quejarnos. El cuerpo de cada una de nosotras experimenta las cosas de manera muy distinta y es importante dejarlo hablar, dejarlo expresarse. El que "todas pasemos por lo mismo" no es ni debe ser una mordaza ni una justificación para aguantar en silencio.


* * * *


Dicho lo anterior, hablemos del maldito peso. Debería empezar por decir que muchas de nosotras hemos desarrollado a lo largo de nuestras vidas una relación conflictiva y difícil con nuestros cuerpos. Yo, desde mi adolescencia, le he venido haciendo la guerra sin cuartel. Primero, muy alta. Mis casi metro y ochenta centímetros me convirtieron en una joven insegura y retraída. Por la altura, le agarré un pánico temprano al sobrepeso. Quien sabe cuantas veces habré escuchado en mi juventud el "¡pilas!, tu tan alta no puedes ser gorda o si no ¡te vas a ver enorme!". Desde mis 13 o 14 años, las dietas y los gimnasios han sido omnipresentes en mi vida.


Desde los 18 y por ahí hasta la mitad de mis 30, fui una mujer delgada pero en negación. Lo sé ahora que veo las fotos y me enojo de pensar que hubiera podido mostrar más, que hubiera podido estar más tranquila con mi figura, vestirme con un poco más de atrevimiento. Era delgada y sin embargo pasé todos esos años creyendo que tenía sobrepeso. Y luego, a finales de los 30, el temido aumento de peso empezó a suceder gradualmente pero todavía se dejaba combatir. Una década más tarde y justo después de mi histerectomía, en cuestión de semanas, empecé a sentir que cada día me inflaba más y más y que no había poder humano que parara esa debacle.


No fui completamente consciente del aumento de mi masa corporal sino hasta que se me ocurrió la genial idea de lanzarme a hacer política. Cada foto me hacía llorar. Me desconocía completamente. La que salía en esas fotos era otra, no podía ser yo. Las sesiones de fotografía quedarán en mi memoria como el momento más infeliz por el que atravesé cuando estaba en medio de mi fallida aventura en la política. La autoestima la llevaba por el subsuelo, no sabía cómo vestirme, quería encerrarme y no volver a salir a la calle. Una relación tortuosa con mi cuerpo durante mi adolescencia me llevó a temerle irracionalmente a subir de peso y con la llegada de la MenopausiA, mi peor miedo se hizo realidad. Me miraba al espejo y se me salían las lágrimas. No puedo recordar un momento en mi vida en el que haya odiado más y de peor forma a mi propio y sufrido cuerpo.


Entre la sustitución hormonal, la generación de hábitos alimenticios más sanos y algo de ejercicio, he logrado bajar de peso. Pero igual, creo que ninguna de nosotras está preparada para entender que no importa cuántos esfuerzos hagamos, nuestro cuerpo jamás volverá a ser el mismo después de los 40. Tenemos que enseñarnos en medio de una soledad enorme, cómo aprender a vivir con este nuevo cascarón, cómo aprender a cuidarlo, cómo aprender a convertirlo en un hospedaje cómodo y saludable para nuestra alma, y sobretodo, cómo aprender a quererlo en su nueva complejidad. Para un proceso de semejante naturaleza, nadie nunca nos prepara.





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